sábado, 24 de noviembre de 2012

EL SECRETO DE UN ESPANTO
Por Dra.Mireille Escalante Dimas

 Dado a que fui hija “unica”, siempre tuve preferencias hacia mi persona. Mi infancia hubiera podido se común y corriente a la de cualquiera otra niña… pero ahora que soy adulta me doy cuenta que también mi familia era practicamente anormal.y fuera de serie.

 Mi abuelita Ercilia, una señora entrada en años, debido a que como yo tenía quizá unos cuatro años, la veía a ella muy pero muy anciana y con todas las enfermedades y pestes milenarias que le ajudicaban. Yo escuchaba a los mayores comentar “Dicen que pronto se va morir la Niña Chilita, que no pasa de este mes”.

Así que un buen día de verano, de clima cálido y el jardín vestido de coloridas flores, en la casa vieja y solariega del entonces mi querido pueblo de Armenia, del Departamento de Sonsonate, al despertarme, me encontré en el amplio y luengo corredor juasto al final de la sala, un flamante ataúd.

Yo, ni siquiera sabía de qué se trataba ese cajón de madera pintado color oro, y por supuesto ignoraba para que servía. El caso es que cuando los niños vecinos de la casa de mi abuelita llegan a jugar conmigo escondelero, y éstos se encontraban frente a frente con el ataúd, salían corriendo, y no los volvía a ver jamás… Me quedé sin amiguitos. Pero yo no me daba por vencida tan facil, jugaba y platicaba a solas; a mi me gustaba correr alrededor del ataúd… y si jamás me subí a dormir adentro de él fue porque estaba montado sobre un caballete de madera y era demasiado alto para mí, e imposible alcanzarlo, además la tapadera pesaba mucho y no podía destaparlo.

 Al año de estar ese ataúd –bajo techo- pero a la intemperie porque en el invierno azotaban las aguas lluvias adentro del corredor, y el ataúd sin estar cubierto, la pintura se iba descascarando y desgastando, que decidieron las hijas de la Niña Chilita,- mi madre Lolita y mi tía Amanda- que deberían protegerlo y guardarlo en un cuarto amplio y oscuro.

 Desde ese día y con el correr de los meses, comenzó el rumor de que el cuarto donde se resguardaba el ataúd, estaba embrujado; solo se oía el comentario, pero nadie tomaba iniciativa en averiguar de donde provenían los ruidos y espantos… Como yo no conocía el miedo, una de las tantas madrugadas, con el velo nocturno aún, me desperté y me acerqué al famosos cuarto, y constaté que efectivamente si se oían ruidos extraños, gemidos y suspiros.

Alcance a ver que en el suelo, sobre el ladrillo la silueta de mi niñera, la Tanchito- una jacarondosa quinceañera, abrazada con Chepe Mingo, el joven corralero que llegaba diariamente a dejar los botellones de leche. a eso de las tres o cuatro de la mañana en la yegua Centella, la cual era de pura raza peruana, y se le distinguia su casta y abolengo porque tenia un ojo azul y el otro, café,

 Yo, callé el secreto, y como de todos modos, desconocía lo que era el amor apasionado, nunca más volví a levantarme a curiosear… Así pasaron muchos años, pero muchos años, hasta que un dia decidieron tirar al fuego de la cocina, la madera podrida del ataúd; pues la abuelita Chilita vivió para mí, otros cien años.